12 ago 2010

4. Maldito San Valentín

El 14 de febrero me desperté temprano sin planes predeterminados ni obligaciones que cumplir. Hubiera sido placentero un domingo cualquiera, pero justo era el día de los enamorados y yo sabía de antemano que no recibiría ninguna invitación a cenar, ni pasacalles con declaración de amor, ni flores con dedicatoria anónima, ni bombones con forma de corazón, ni una mísera postal vía mail.

Estoy de acuerdo con las personas que dicen que el día de San Valentín es un pretexto para aumentar las ventas de regalos ¡Pero qué lindo es recibirlos!

Estuve a punto de flaquear, sin embargo tengo bastante peso encima como para que una ventisca de desánimo me derribe. Tenía que cocinar algo rico… Una tarta de manzanas me ayudaría a despejar la mente…

Fui a la verdulería de doña Mecha: siempre me pareció caerle mal a esa señora. Debe ser porque el primer día que pisé su negocio me tropecé con una bolsa de papas y la desparramé por todo el local. Desde entonces solamente me habla para decir: “¿Qué más vas a llevar?”. Le pedí un kilo de manzanas y le pregunté si eran jugosas sólo para entablar conversación.

-Son de General Roca- respondió y con eso asumí que eran exquisitas.
-Perfecto- dije… Y me sorprendí al escuchar que continuaba hablándome.
-¿Ya te llegó el ramo de rosas?
-¿Qué ramo?
-Hace rato vi a Manuel cargando un enorme ramo de flores ¿No es tu novio? ¿Debe ser para vos por el día de los enamorados?
-Sería para mí si estuviéramos enamorados- dije y salí masticando infinidades de respuestas que una dama debe contener.

Llegué a casa con una certeza: no le caigo bien a doña Mecha y ahora va a odiarme con razón porque -entre la bronca y la angustia- no le aboné la fruta que me llevé de su negocio. Bueno... ¿El notición también lo tenía que pagar?

No sabía si estaba enojada porque Manuel -mi ex- tenía novia nueva o porque justo fui a enterarme así sin anestesia. La cuestión fue que lavé las manzanas, las pelé y me dispuse a cortarlas en pequeños trozos para intercambiar angustia por repostería. Algunos pedazos eran perfectos para la tarta; otros eran ideales para saborearlos instantáneamente. Pero, entre bocados y cortes, me rebané un dedo: un tajo más en mi lista de cortes cocineros. Sin embargo, la herida era muy grande y no paraba de sangrar... Creí necesitar sutura, entonces envolví el índice lesionado en una toalla y salí de casa.

Llegué al hospital con la presión bastante baja; sentía que mis pies se hundían más allá del piso en cada paso que daba. No necesité explicar demasiado, bastó con mostrar la herida y pronto un ambo celeste portado por un médico buen mozo llegó a socorrerme.

-Bueno, bueno, contame qué te pasó- dijo con una voz gruesa, casi de locutor…
-Me corté- contesté y me puse a llorar… Un poco por el dolor que me causaba la cortada, otro poco por la tristeza que me daba la noticia de las flores no correspondidas y otro poquito porque había olvidado peinarme antes de salir de casa. Era una espantapájaros andante.
-No llores que esto se arregla fácil... Diste con la persona indicada.
-Usted es la única persona indicada que me crucé hoy, doctor- calculé que debíamos tener la misma edad, pero no me animé a tutearlo.
-¿Con qué te cortaste?
-En lugar de tener una cita el día de los enamorados... Tuve un encuentro nefasto con un cuchillo mientras intentaba hacer una tarta de manzanas que iba a comer yo sola.
-No te preocupes, el día de los enamorados es una excusa para vender regalos-dijo.
-Sí, maldito San Valentín...

Cuando terminó la consulta, tenía mi mano izquierda vendada y la derecha ocupada con la receta de un analgésico. El sello decía: “Dr. Juan Ignacio Rodríguez. Médico”.

-Lindo nombre. Lindo título... Mala caligrafía... Bueno, algún defecto tenía que tener...
Él sonrió; yo agradecí su atención y me despedí.

Entré a la farmacia para comprar el remedio: estaba repleta de gente, la fila casi llegaba a la puerta. Yo sólo tenía un dedo cortado... Una gran incisión sí, pero no era excusa para pedir atención prioritaria. Mientras esperé mi turno, me encontré pensando en el Dr. Rodríguez y su ambo celeste que parecía hecho a medida... ¿Cupido me había flechado?

Por fin adquirí el medicamento después de entregar gran porcentaje del total de mi billetera ¡Cómo aumentan las cosas!

Salí de ahí con ganas de tomar café y con pocos deseos de volver a casa... Encima mi cafetera estaba descompuesta y me faltaba una mano en buenas condiciones para poder batir un cafecito instantáneo... Ni pensar en la tarta que iba a encontrar inconclusa en la mesada... Me metí entonces en un barcito y pedí capuchino con torta. De pronto vi el reflejo de mi peinado deplorable en un espejo y pensé en ir al baño para intentar retocarlo un poco... Pero mi pedido llegó demasiado rápido y tentador. Me limpié entonces la mano sana con alcohol en gel y dejé que la anarquía de mis pelos imperara en mi cabeza para dedicarme por completo a disfrutar del manjar.

De pronto me sentí observada: tenía una mirada fija en mi cabellera. No era para menos... Levanté la vista y ahí estaba el Dr. Rodríguez observándome con una diminuta taza de café en la mano. Creí atragantarme cuando lo vi pararse y caminar hacia mi mesa.

-No será una cita de San Valentín pero, ya que estamos en el mismo lugar, podríamos compartir el momento para no sentirnos dos bichos raros en este día- dijo y se sentó.
-Seguro- respondí tratando de disimular la sorpresa.

Hablamos un largo rato: el doctor había terminado su turno y -al igual que yo- tenía antojo de café y una cafetera descompuesta en su casa ¿Coincidencia? Hubo varias: los dos vinimos desde Buenos Aires a instalarnos solos en Viedma y a ambos nos gusta la tarta de manzanas. Así que le debo una, aunque tengo licencia hasta que cicatrice mi dedo.

San Valentín había empezado maldito, pero no terminó tan mal... Al menos quedó pendiente un encuentro y la degustación de un pastel... No falta tanto... Tengo buena cicatrización...

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