12 ago 2010

3. Terapia en El Cóndor


Mi buena clienta y mejor amiga, Susana, me invitó a pasar el fin de semana con ella en su casita de El Cóndor. Playa, sol y cielo inmenso uniéndose con el mar…. Un lugar soñado y propicio para levantar mi maltrecho estado de ánimo post fiestas navideñas.

El marido de Susi se encontraba fuera de la ciudad por trabajo y entonces ella pensó que dos días de sólo chicas fortalecerían mi autoestima. Al menos comencé el viaje riendo: durante los 30 kilómetros que recorrimos desde Viedma hasta El Cóndor, solté unas cuantas carcajadas. Es que íbamos escuchando mi cd de Valeria Lynch y Susi se pasó todo el trayecto desafinando los grandes éxitos.

Llegamos y nos acomodamos en dos reposeras bajo la sombra -tampoco era cuestión de rostizarnos- y nos pusimos el protector solar tal como aconsejan en la tele y las revistas. Malla, capelina, pareo y lentes de sol… Me sentí una artista de incognito en las playas del sur… Preparé el mate y Susana llamó al vendedor de churros con un silbido.

-¿Dos chicas lindas y solas por esta playa?- dijo el muchacho con su inmensa canasta atiborrada de delicias.
-Chicas, sí. Lindas, también. Y solas, por elección- le respondió Susana al vendedor sonrojado que sólo había querido ser atento.

Reímos cuando él se fue y comenzamos la terapia, así llamamos a nuestras charlas. Ella sabía que yo necesitaba hablar y me insistió para que lo hiciera. Es que sabe lo agotadoras que pueden resultar las fiestas de navidad y fin de año en casa de mamá: tengo una familia numerosa y apasionada por la oratoria... A eso se suma que la gran mayoría sólo se reúne esas dos fechas al año y entonces cada uno tiene 363 días de anécdotas para contar... Y la música festiva, siempre altísima, para que todos puedan oírla... Y las voces de todos, elevadísimas, para hacerse escuchar por encima de esa música festiva...

Al principio yo no quería aburrirla con mi historia: pertenezco a ese grupo de gente que se deprime en las fiestas. Pero ella insistió para que largara todo debido a su teoría: “Hay que sacar la angustia porque si la dejás adentro, te provoca hambre”. Y claro… Yo no quiero que algo me produzca más apetito del que ya tengo por naturaleza…

Así que comencé diciendo que adoro visitar a mi mamá, pero odio las reuniones que ella organiza porque la casa se llena de primos y tíos lejanos que pregonan sus maravillosos logros. Sus triunfos anuales, por lo general, están relacionados con ingresos a nuevos y magníficos trabajos, casamientos y nacimientos -siempre en ese orden-. Por lo tanto, yo nunca puedo dar buenas nuevas.

Susana trató de consolarme.
-No te pongas mal por eso. No se trata de ser igual a los demás para ser feliz. Vos tenés un montón de gente que te quiere tal como sos- dijo y me convidó un mate.
-¡Gracias Su!- le respondí, di el primer sorbo y me quemé la lengua: el agua estaba demasiado caliente o Mala Suerte me había seguido hasta el balneario...
-Qué tiene de malo que tus parientes se casen o se reproduzcan o trabajen en buenos lugares.
-Nada de malo… Sólo que mi tía Marita me lo refriega en la cara. Ella ya tiene ubicadas a mis tres primas segundas con enormes alianzas de oro y constantemente me hace la misma pregunta: “¿Y vos, nena, cuándo vas a traer un novio?”. Y su hija Clarita, es la peor, siempre llamando la atención con su panza o su recién nacido.
-¿Cómo panza o recién nacido?- preguntó Susana asomando los ojos por arriba de sus lentes de sol.
-Clarita está casada con un médico cirujano y ya tienen cuatro hijos. Llega siempre a la cena anual embarazada o con un nuevo bebé rubio, de ojos celestes, hermoso, como salido de una publicidad de shampoo para niños.
-Eso no tiene nada de malo, Juana. Hay personas que quieren familias numerosas. Evidentemente Clarita es una de ellas…
-Por supuesto, eso no tiene nada de malo… Sólo me molestan sus comentarios y su voz aguda: “¿Para cuándo los hijos, Juana? Mirá que tu reloj biológico ya empezó a sonar”.
-Ah no, ya la agarraría yo a esa Clarita… ¿Y vos qué le respondés?
-La miro con mi cara de asesina serial y le digo: “Todavía no lo decido”.
-¡Buena respuesta!- exclamó Susana dando una mordida furiosa al primer churro -¿No podés simplemente evitarlas?
-Eso intento… Las evado todo lo que puedo, pero hay encuentros inevitables, por ejemplo…
-A la hora de intercambiar regalos…
-Exactamente… Encima mi tía Marita insiste en regalarme siempre unas diminutas remeras que no me entran ni en un brazo y en el mismo momento que abro el paquete, aprovecha para decirme: “¿Aumentaste de peso, nena?”.
-¡Una arpía esa Marita! Pero algo bueno debe haber en esas fiestas…
-Claro que sí. Mi mamá me consiente durante toda mi estadía en Buenos Aires y prepara los tomates rellenos que tanto me gustan. El tío Roque hace el lechón a la parrilla y, por tanto calor, empieza de temprano con el vermut: para cuando llega la noche ya está bastante desinhibido y acepta encantado hacer esa imitación de Sandro que todos le pedimos. También está Luca, mi ahijadito: se prende de mi cuello apenas me ve, aprieta con sus manitos mis mejillas regordetas y me dice: “Te quiero maína”.
-Concentrate entonces en aquellos que valen la pena. Quizás no tengas marido, ni hijos y no midas 90-60-90, pero sos una excelente persona y los que tenemos la suerte de ser tus amigos, somos muy afortunados.

La terapia me animó bastante, me dieron ganas de meterme en el mar y convencí a Susana para que nos diéramos una zambullida: dejamos pareos, sombreros y anteojos en las reposeras y entramos corriendo al agua… La malla sin breteles que tenía puesta era linda porque permitía un bronceado sin marcas, pero me di cuenta que no era práctica para saltar las olas patagónicas: la perdí con el primer chapuzón. Por fortuna, Susana fue una excelente nadadora en su juventud y alcanzó el traje de baño antes de que la corriente se lo llevara mar adentro… Lástima que los años le quitaron velocidad a sus brazadas y se demoró un poco en alcanzármelo. Lo suficiente como para que el vendedor de churros advirtiera el bochorno y nos devolviera la risa burlona... Mala Suerte…

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